Kabul, Afganistan


Cuando llegaron al poder los talibanes, en 1996, a las mujeres se les negó cualquier tipo de libertad para moverse libremente: se las obligó a permanecer escondidas en sus casas, recluidas en el hogar al servicio del hombre. Sólo podían salir de casa bajo la tutela, el permiso y la compañía de un varón de su familia. Se les negó el derecho a trabajar, a estudiar, a reunirse. SE les obligó a mantener silencio ante los hombres y se les advirtió de la necesidad de no emitir ningún tipo de sonido que pudiera molestar a los varones: incluso les llegaron a exigir que controlaran el sonido de su respiración y les conminaron a calzar zapatos que no hicieran ruido al caminar para que bajo ningún concepto se molestara a los hombres o se sintieran obligados a mirarlas por entenderlo como una mera y burda provocación.


No podían pisar los edificios oficiales ni para trabajar ni para realizar consultas. No podían acudir a las unviersidades, se cerraron varias escuelas de niñas, lo que explicaba que sólo un cinco por ciento de las mujeres en Afganistán estuviera alfabetizado. Para los talibanes la escuela era la puerta al infierno y así la llamaban. A las maestras se las expulsó de los centros, como se hizo con las doctoras, las abogadas, las escritoras, las políticas y las ingenieras. Les prohibieron conducir automóviles y se les denegó el derecho a la prestación sanitaria, lo que hizo que muchas mujeres murieran por falta de atención facultativa, muertes que se podrían y pueden ser evitadas con el medicamento indicado para tales males. SE contaban como parte de la leyenda del régimen talibán los casos de mujeres que habían sufrido un accidente de tráfico y habían muerto desangradas o a consecuencia de las heridas porque el hospital donde las trasladaron se negó a atenderlas por el simple y despreciable hecho de que eran mujeres y porque los doctores, al se hombres, no podían tocar su cuerpo impuro. como se negaban igualmente a facilitar insulina a las mujeres diabéticas, o cualquier tipo de medicamento que pudiera salvarles la vida. Sencillamente, no merecía la pena el gasto de medicamento para una mujer. Simplemente no compensaba.


Esta desatencíon médica hizo que Afganistán se convirtiera en el país con la segunda tasa de mortalidad materna más alta del mundo, lo que suponía que más de 15.000 mujeres murieran cada año a causa de las complicaciones de embarazo. El 90% de las mujeres del país daban a luz a sus hijos en casa, con la ayuda de otras mujeres. Difícilmente podían acudir a un hospital, primer por imposibilidad y segundo por falta de dinero. El índice de mortandad en las mujeres afganas es el más alto del mundo.


Además, hay que recordar la obligatoriedad del burka en la sociedad femenina. El burka solo permite a la mujer afgana ver el mundo a través de uno rectangulo de agujeritos a la altura de los ojos. Cubre toda la parte de su cuerpo y bajo ningún descuido la mujer puede mostrar alguna parte de su cuerpo.


Si una mujer se aventuraba a saltarse estas prohibiciones, así como si era sorprendida escuchando música, leyendo un libro, mirando o haciéndose una fotografía, o ante un televisor, sería torturada, vejada, humillada y hasta asesinada. No había compasión ni perdón para la mujer.

Una realidad cercana, una realidad que existe.


Madrid, España.


Texto adaptado de Reyes Monforte. (Un burka por amor)


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