Tengo mono…



He de reconoceros que mi mayor vicio en la vida se llama chucherías. Sí, chicos son las gominolas el placer más grande de mi vida y al cual me siento enganchada desde pequeña.

Son muchos años de dependencia y la droga del azúcar no se me desvanece en Italia. Es más, reconozco que hay días que aumenta. Y pensaréis que estoy loca con este post de gominolas y no, señores blogueros, no lo estoy.

En Italia, no he encontrado un chino-vende-chucherías, ni un kiosko del manco (“dame una bolsa de un euro”), tampoco he encontrado un haribu y, ni mucho menos, un Oomuombo. ¡No hay tiendas que vendan felicidad a enganchadas como yo!



Tengo mono…



Necesito mi cigarrillo de chucherías. Hace dos semanas fuimos al cine y cual fan de Justin Bieber pensé en gritar al comerme chucherías de cine duras y sin sabor en mi boca.

¿Dónde estáis?



Los niños italianos deben tener una infancia triste. Sin colores. Sin gominolas. Sin azúcar. ¿Dónde están sus tardes de “mamá, comprame chuches” y que tu madre te engañe con un no y luego sea un sí? ¿Dónde están las pagas de abuelos para comprarte tus chuches-domingueras? ¿y la emoción de buscar el significado y la semejanza de las chuches? ¿Dónde? ¿Dónde?

¡Si es que aquí no hay tiendas de gominolas!

Sinceramente, pobres niños milaneses. Podrán vestir de Armani, podrán llorar en kleenex de Vogue y podrán secarse en toallas de Channel pero… nunca tendrán el placer de mascar un palote, tener un chupa-chus en la boca, ponerse la dentadura en los dientes y desenrollar el regaliz de fresa.


Tengo mono....

P.D. En este post no pongo foto. Podréis entender que sería un harakiri para mi subir una foto de suculentas chucherías. Lo es.









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