La pobreza inconsciente

Todos hablamos de pobreza y nos lamentamos. Decimos tres palabras altas y unas frases a gritos en el salón de casa y nos ponemos a comer. Nos habrán escuchado, pensamos.

Vemos las noticias: nuevos ciudadanos desahuciados, más parados, gente que come menos y amigos que no compran ropa ni en las rebajas. Esa es nuestra pobreza europea, esa es nuestra pobreza española. El mendigo que duerme en el metro, familias rotas en casas de abuelos, llantos en bancos con hipotecas sin pagar. Cuándo consideramos que una persona es pobre? Cuándo pierde el trabajo? Cuándo vive en casa de sus padres? Cuándo come gracias a la Cruz Roja?

Me gustaría compartir mi experiencia con la pobreza.


Hasta mis veinte de edad conocí la anterior pobreza: la hija de la ama de casa que no estudió porque tenía que ayudar económicamente en casa. También creía conocer a los pobres del África, incluso me obligaba a comer más por ellos porque mi madre, como muchas otras, siempre me recordaba: 'no dejés nada en el plato que hay ninos que no tienen ni para comer'. Realmente mi madre conocía a esa gente del África? En ese momento, nunca me lo planteé. Hoy sé que no los conocía y que sabía y veía lo mismo que yo: imágenes en la tele precedidas de 'las siguientes imágenes pueden dañar bla bla bla'.

Inquietada por conocer mundo, empecé a viajar fuera de Europa y, amigos, allí conocí y saludé a la verdadera pobreza. La verdadera pobreza no es consciente, como el fontanero de la calle que cobra 400 Euros y mantiene a 4 en casa. La verdadera pobreza es inconsciente. Los verdaderos pobres no se lamentan en televisiones contando su historia. La verdadera pobreza no llora. E, incluso os digo más, los verdaderos pobres no saben que lo son.

La verdadera pobreza la toqué en Vietnam, la acaricié en Sri Lanka, la viví en India y la compartimos y medio escondemos en Emiratos Árabes Unidos. Bebés en suburbios que luchan por sobrevivir. Padres que nunca trabajaron y no saben cuando comerán. Enfermedades y muerte en las calles. Casas improvisadas, carreteras de arena. Analfabetismo y la inexistencia de agua potable.

Miradas huerfanas y rasgos marcados.

La verdadera pobreza es inconsciente y cambia vidas. Os reconozco que cambió la mía.

Siempre he sentido un fuerte impulso por colaborar y leer historias de fundaciones. De hecho, dediqué un post a la fundación Vicente Ferrer y hoy me gustaría mencionar a la Fundación María Cristina, que ayudan a chicos/as de Bangladesh. Os recomiendo entrar en la página web de María y escuchar su historia. Así como os ánimo a colaborar.



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